miércoles, 24 de enero de 2018

Escribir para morder

Jauría de Alejandra González Celis


Me alegra tener la oportunidad de presentar este libro, largamente esperado después de La enfermedad del dolor. Texto publicado por primera vez hace más de quince años al que vuelvo y me parece uno de los más significativos del periodo. Esta nueva entrega de Alejandra González Celis confirma la calidad de su escritura. Así como la larga paciencia de que son capaces los y las poetas que comprenden este oficio no como una carrera, eso para los caballos, sino como un proceso de trabajo silente y maduración paulatina de procedimientos y materiales. 

Desde luego, podría inscribirse este texto dentro de cierta tradición poética chilena que ha recurrido al mundo canino como metáfora. Pienso, entre otros libros, en Perro de circo de Juan Cameron. O en Ladridos de Jordi Joret. O en La marcha de los quiltros de Carlos Soto Román. Una metáfora recurrente que puede tener su origen en el autor que funda nuestra poesía moderna: Carlos Pezoa Véliz. Cito unos pocos versos de su poema El perro vagabundo: Allá va. Lleva encima algo de abyecto/Le persigue de insectos un enjambre/y va su pobre y repugnante aspecto/cantando triste la canción del hambre.

El perro va cantando la canción del hambre, escribe Pezoa Véliz. Este texto, desde cierto ángulo, podría leerse como una modulación, una versión de los acordes de esa misma canción. La vieja canción del hambre, tan vieja como la historia de este país. Palabras de Roberto Bolaño: La poesía chilena es un perro y ahora vive a la intemperie. Los poemas de Jauría están escritos para asumir y comprender esa situación. La intemperie. Para recorrer, en su vagabundear perruno, la topografía de la larga y angosta faja de tierra baldía en que vivimos. Del poema Hay perros en el horizonte: Esta poesía no es normal/porque es una poesía pobre//es una poesía añeja y guardada y no sabe hablar/y se esconde y atosiga en las esquinas/muerde/ladra // Esta poesía se para en las esquinas.

Esta poesía callejea, se para en las esquinas, reanuda el paso y vuelve a circular. Registra, como una perra desolada, las imágenes de la desposesión y el abandono que son también los suyos: Esta es la perra desolada vagando por los caminos//Esta es la perra desolada entrando en los bares y a los supermercados/con una pata chueca y una manta de tiña comiéndoles los pelos. La poesía, lejos de las comodidades del salón, aperrando como quería Bolaño. Para hablar de la intemperie, convertirse en perro, aprender a vivir y a escribir en ella como lo hace uno. Salir de los espacios resguardados y enfrentar la realidad, su lado más duro, a pesar de la cojera y de la tiña.

Lo que hay aquí son palabras e imágenes de la miseria. De la vida de perros que vive una inmensa mayoría. Imágenes construidas, sin embargo, a partir de cierto distanciamiento, con un tono a menudo seco y objetivo. Como en el poema Suerte: Nosotras vivimos del familiar/El familiar son 3500 pesos por cada guagua/o sea que yo tengo 4/tengo 13000 pesos al mes//Y la Karen que tiene más cabros/tiene como 20 lucas. O en Supermercado: Aquí los tallarines se venden de a medio kilo/se toma el paquete se quiebra por la mitad/ También se vende aceite suelto y gomitas. Los poemas de Jauría no buscan elaborar un discurso sobre la pobreza, sino más bien presentar la evidencia de esa sobrevida. En esa ausencia de retórica, creo que descansa su fuerza y su verosimilitud. 

Sin embargo, aún en medio de toda la violencia, de la pelea de perros en que el poder ha convertido nuestra vida cotidiana, todavía hay esperanza. Todavía hay posibilidades de escapar a la domesticación. El poema se titula Huída y en él los amos, los adiestradores, recuerdan que Hubo una vez jaurías de perros/ revoltosos/revoltosas// corriendo libremente por los parques/arrastrando las correas que de nuestras manos se libraron. 

Tal vez la poesía pueda ayudarnos a evitar la resignación, a seguir imaginando que la huída es posible. Que podríamos sacarnos del cuello el collar y la correa con que nos hemos ido acostumbrando a vivir. Para eso es necesario enfrentar con valentía los dolores y las inhumanidades del perro mundo en que habitamos. Enfrentar al perro infierno del que habla este libro. Ese cuyo sentido de existencia es convertirse en una cámara de gas para perros/terminar esta raza maldita

La poesía, ese perro callejero, siempre ha sido una sobreviviente. Este libro pertenece a ese linaje, a esa jauría. La de la poesía que no solo sabe ladrar. La poesía que fue escrita para morder. 

Valparaíso. Enero de 2017

Jauría
Alejandra González Celis
Poesía
Das Kapital. 2017


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