martes, 30 de enero de 2018

Caminar sobre vidrio molido


Hospicio de Gladys González

Esta edición de Hospicio aparece siete años después de su publicación original por Ediciones Inubicalistas y de su inclusión como parte de una trilogía titulada Vidrio Molido. El libro, editado por La Calabaza del Diablo, incluía Gran Avenida (2003) Aire Quemado (2009) y Hospicio (2011) Esta nueva publicación ofrece la oportunidad de leer este último texto por separado, aunque me parece difícil desvincularlo del resto del trabajo de Gladys González cuya organicidad es característica. Entonces, leer Hospicio como texto separado, como escena autónoma, pero integrando una misma filmografía, una misma poética que la autora ha venido desarrollando durante años con dedicación y coherencia.

Hospicio: albergue, refugio. Establecimiento benéfico en que se acoge y da mantenimiento y educación a pobres, expósitos o huérfanos, dice el diccionario. Este libro, en lo que después de su lectura aparece como una ironía amarga, se llama así: Hospicio. Sin embargo, el mundo que este libro despliega está en las antípodas de esa definición. Ni albergue, ni refugio, ni acogida. El mundo aquí es un terreno eriazo, un descampado. La vida, una búsqueda constante e infructuosa de sentido en medio del absurdo, la violencia y el dolor de la supervivencia.

Más que un Hospicio lo que hay aquí es una Estación de Desamparados, como diría Enrique Lihn. Estos poemas hablan de eso, de la vida a la intemperie, se sitúan en el lado áspero. Allí donde es inútil esperar algún gesto de hospitalidad o abrigar una mínima esperanza. Estos poemas hablan desde esa experiencia. Como se dice en Vidrio Molido: nadie/puede enseñarme/lo que es caminar/sobre vidrio molido/lijando/ las aceras/con la palabra/sobrevivencia/lentamente/desapareciendo. O en Escombros: sin dinero/ sin grandes promesas/solo la imagen/de un escombro/apoyado en otro.

En otro sentido, esta conciencia de vivir en la intemperie se traduce también en una distancia irreductible con aquellos que parecen adaptarse al curso de las cosas. Los que, aún viviendo en el vacío, parecen conseguir la calma que a quien habla en estos textos le es imposible. El poema, que cito íntegro, se llama Veredas: estos caminos/no han sido fáciles/ni acertados/sentada en una esquina/observo sus sonrisas/sus rostros brillando/en las luces/una vereda limpia y tibia/por delante/manos entrelazadas sobre las mesas/anillos relucientes en sus dedos/una tranquilidad/que solo da eso/que llaman/calma. Pa mi lo que llaman calma es vocablo sin sentido escribió Violeta Parra. Frente a una sociedad donde el éxito y la satisfacción del deseo son asumidos como un imperativo, como algo que debe conseguirse a cualquier precio, estos poemas nos presentan el reverso de la trama. La conciencia dolorosa de quién está afuera de esa ficción porque no puede o no quiere entrar. Que observa a la distancia, sentada en una esquina, los simulacros cotidianos de la felicidad.

Desde el punto de vista de los procedimientos, creo que la poesía de Gladys González podría leerse a partir de ciertas filiaciones con la poesía confesional norteamericana. Lowell, Berryman, Anne Sexton, Sylvia Plath. Una poesía de la subjetividad que hace del poema un espacio para la revelación de la experiencia íntima y personal. Poesía escrita a la manera de un diario o una crónica vivencial cuyo objeto de exploración es la propia vida. Life studies como se titula el libro más conocido de Robert Lowell. La escritura como un ejercicio constante de exploración vital que se juega en el lenguaje y se constituye como texto literario en el despliegue de recursos y estrategias. Fragmentación, cambios en el punto de vista, construcción de personajes, confusión intencional de la realidad y la ficción. Todo esto han sido tan sólo mis ficciones inventadas de parches de mi vida, momentos líricos que yo desarrollé, otras máscaras que puse sobre mi cara y voces que hablaron por mí, escribió Anne Sexton. Poesía hecha con parches de una vida. Juego de la escritura y sus máscaras, de la sinceridad y la ficción. Elementos que podrían ayudar a definir la tesitura de este libro.

El epígrafe de Vidrio molido, el libro recopilatorio donde fue incluído Hospicio, es un fragmento del poema Nada tiene que ver el dolor con el dolor de Enrique Lihn en Diario de muerte. De ahí viene este verso: Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas. Me parece que este libro, todo el trabajo de Gladys González, puede leerse como el intento por hacerse cargo de esa situación. Las palabras que usamos para nombrar nuestras vivencias más importantes, las más intensas, están desvirtuadas. La poesía es entonces, como en estos poemas, un trabajo minucioso que busca la precisión y la claridad. Nada más retorizado que la intimidad, que el ámbito inaprensible de los sentimientos. Por lo mismo, se hace necesario elegir las palabras justas, pulirlas, urdirlas bien. Se trata de marcar el territorio del corazón, como decía la autora en un poema de su primer libro. La poesía de Gladys González nos da señas sobre cómo hacerlo. Aunque para ello, muchas veces, sea necesario aprender a caminar sobre vidrio molido.

Valparaíso. Enero de 2018.

Hospicio
Gladys González
Poesía
Libros del Pez Espiral. 2017









miércoles, 24 de enero de 2018

Escribir para morder

Jauría de Alejandra González Celis


Me alegra tener la oportunidad de presentar este libro, largamente esperado después de La enfermedad del dolor. Texto publicado por primera vez hace más de quince años al que vuelvo y me parece uno de los más significativos del periodo. Esta nueva entrega de Alejandra González Celis confirma la calidad de su escritura. Así como la larga paciencia de que son capaces los y las poetas que comprenden este oficio no como una carrera, eso para los caballos, sino como un proceso de trabajo silente y maduración paulatina de procedimientos y materiales. 

Desde luego, podría inscribirse este texto dentro de cierta tradición poética chilena que ha recurrido al mundo canino como metáfora. Pienso, entre otros libros, en Perro de circo de Juan Cameron. O en Ladridos de Jordi Joret. O en La marcha de los quiltros de Carlos Soto Román. Una metáfora recurrente que puede tener su origen en el autor que funda nuestra poesía moderna: Carlos Pezoa Véliz. Cito unos pocos versos de su poema El perro vagabundo: Allá va. Lleva encima algo de abyecto/Le persigue de insectos un enjambre/y va su pobre y repugnante aspecto/cantando triste la canción del hambre.

El perro va cantando la canción del hambre, escribe Pezoa Véliz. Este texto, desde cierto ángulo, podría leerse como una modulación, una versión de los acordes de esa misma canción. La vieja canción del hambre, tan vieja como la historia de este país. Palabras de Roberto Bolaño: La poesía chilena es un perro y ahora vive a la intemperie. Los poemas de Jauría están escritos para asumir y comprender esa situación. La intemperie. Para recorrer, en su vagabundear perruno, la topografía de la larga y angosta faja de tierra baldía en que vivimos. Del poema Hay perros en el horizonte: Esta poesía no es normal/porque es una poesía pobre//es una poesía añeja y guardada y no sabe hablar/y se esconde y atosiga en las esquinas/muerde/ladra // Esta poesía se para en las esquinas.

Esta poesía callejea, se para en las esquinas, reanuda el paso y vuelve a circular. Registra, como una perra desolada, las imágenes de la desposesión y el abandono que son también los suyos: Esta es la perra desolada vagando por los caminos//Esta es la perra desolada entrando en los bares y a los supermercados/con una pata chueca y una manta de tiña comiéndoles los pelos. La poesía, lejos de las comodidades del salón, aperrando como quería Bolaño. Para hablar de la intemperie, convertirse en perro, aprender a vivir y a escribir en ella como lo hace uno. Salir de los espacios resguardados y enfrentar la realidad, su lado más duro, a pesar de la cojera y de la tiña.

Lo que hay aquí son palabras e imágenes de la miseria. De la vida de perros que vive una inmensa mayoría. Imágenes construidas, sin embargo, a partir de cierto distanciamiento, con un tono a menudo seco y objetivo. Como en el poema Suerte: Nosotras vivimos del familiar/El familiar son 3500 pesos por cada guagua/o sea que yo tengo 4/tengo 13000 pesos al mes//Y la Karen que tiene más cabros/tiene como 20 lucas. O en Supermercado: Aquí los tallarines se venden de a medio kilo/se toma el paquete se quiebra por la mitad/ También se vende aceite suelto y gomitas. Los poemas de Jauría no buscan elaborar un discurso sobre la pobreza, sino más bien presentar la evidencia de esa sobrevida. En esa ausencia de retórica, creo que descansa su fuerza y su verosimilitud. 

Sin embargo, aún en medio de toda la violencia, de la pelea de perros en que el poder ha convertido nuestra vida cotidiana, todavía hay esperanza. Todavía hay posibilidades de escapar a la domesticación. El poema se titula Huída y en él los amos, los adiestradores, recuerdan que Hubo una vez jaurías de perros/ revoltosos/revoltosas// corriendo libremente por los parques/arrastrando las correas que de nuestras manos se libraron. 

Tal vez la poesía pueda ayudarnos a evitar la resignación, a seguir imaginando que la huída es posible. Que podríamos sacarnos del cuello el collar y la correa con que nos hemos ido acostumbrando a vivir. Para eso es necesario enfrentar con valentía los dolores y las inhumanidades del perro mundo en que habitamos. Enfrentar al perro infierno del que habla este libro. Ese cuyo sentido de existencia es convertirse en una cámara de gas para perros/terminar esta raza maldita

La poesía, ese perro callejero, siempre ha sido una sobreviviente. Este libro pertenece a ese linaje, a esa jauría. La de la poesía que no solo sabe ladrar. La poesía que fue escrita para morder. 

Valparaíso. Enero de 2017

Jauría
Alejandra González Celis
Poesía
Das Kapital. 2017